verdades que se susurran, mentiras en alta voz y otras comunicaciones necesarias

Thursday, October 30, 2008

Leve

Al despertarse, lo primero que hizo Eladio fue prender su computador y, aún medio dormido, ir a la página web de Osho, donde estaban reunidos y clasificados todos los pensamientos de este iluminado pensador del siglo pasado, y en la que leía su oráculo cada vez que comenzaba el día.

El mensaje del día parecía inofensivo, pero versaba sobre un tema que a Eladio le venía dando vueltas en la cabeza, y sobre el cual pendía el sentido mismo de sus decisiones, de su manera de vivir.

Primero aparecía este dibujo: con trazos orientales y una combinación simple de dos colores, vemos a un angustiado mortal tratando de llevar el equilibrio en el mismísimo cielo, saltando de un ave a otra, mientras ellas vuelan, es decir, nuestro hombre indefenso camina en el vacío.

El dibujo se hace acompañar por una idea que es la que le corresponde a la carta que le ha tocado leer hoy a Eladio. “The past is no more and the future is not yet: both are unnecessarily moving in directions which don't exist. One used to exist, but no longer exists, and one has not even started to exist”.

Lucía como una frase más de las que habitan el almacén oriental de las ideas, en las que los tiempos no son tiempos, el yo no es el yo, la muerte no es la muerte y el bien y el mal no existen. Pero ésta le hizo un clic inesperado. “El pasado ya no existe y el futuro no existe aún: ambos se mueven innecesariamente a direcciones inexistentes. Uno existió pero no existe más, y el otro ni siquiera ha empezado a existir”.

Era un trabalenguas, pero él le dio significado a esas ideas de inmediato. Pensó que era cierto. Que su vida de todos los días presentes y por venir estaba atada férreamente a su pasado. Que no cabía persona a la que conociera a la que él no sintiese la necesidad de contarle sobre su familia, sus padres periodistas, el amor perdido, sus dudas vocacionales y su tránsito por los distintos sistemas de creencias religiosos y políticos.

También contaba sobre un accidente en el que casi había perdido la vida en la adolescencia. Pero lo peor es que, aún sin existir, Eladio creía que su vida estaba encaminada hacia un futuro que sin nacer ya estaba equivocado. Tenía la intuición de que, su trabajo, sus amigos, su manera de relacionarse con mujeres y desconocidos, lo llevaban hacia un lugar al que no quería ir.

Era un tipo que necesitaba de muchas palabras para sentirse presentado, muy descontento con el camino que llevaba su vida. Y fue esa mañana que decidió que, en adelante, ni la abstracción de su pasado ni la ilusión de su futuro existirían más.

Comenzó por levantarse de su computadora y olvidar ex profeso, por ejemplo, sus rutinas mañaneras: en lugar de ir a preparar un café fue primero al baño, y sentado en el baño, en lugar de leer, decidió cantar.

Al salir de casa, decidió no hacerlo por el ascensor: no por fácil y aprendido ésa era la manera de bajar hacia el estacionamiento. Y en el estacionamiento, decidió pasear por muchos puestos donde otros vehículos estaban estacionados (descubrió que nunca se había fijado en ellos), hasta llegar el suyo, como si lo reconociera por primera vez.

Así pasó el día. Al llegar a la oficina, en lugar de darse su ronda diaria por todos sus compañeros para saludar y dar besitos (“mis complejos para ser aceptados no tienen por qué condicionar mi futuro”), se internó en su cubículo sin pronunciar palabra, y sólo contestó durante la mañana, sin sonrisa forzada de por medio, lo estrictamente necesario.

Cuando llegó la hora modorrada posterior al almuerzo, en la que acostumbraba llamar a mamá y escribir algún e mail a un viejo amigo extrañado, prefirió dormir una siesta budista (10 minutos de relación que equivalen a 2 horas de descanso, con su i pod puesto).

Cuando terminó de trabajar buscó su carro desprevenidamente de nuevo. Camino a casa se dejó perder, tomando vías que no conocía o no eran habituales. Tratando de que la vía le pareciera nueva. Entonces pensó que realmente podía vivir cada día como si fuese distinto del anterior. Pero, “y lo que he aprendido ya?”, “lo pierdo?”.

Al llegar a casa quiso prender la tele, destapar una cerveza y beberla mientras se cambiaba la ropa como era su rutina, y pensó que las rutinas, aunque se repitieran, podían disfrutarse cada vez.

Estaba confundido: no podía dejar de ser quien había sido, pero quería llegar a ser quien se proponía. Era víctima del pasado y adicto al futuro, pero su presente no tenía color ni brújula sin ambas invenciones.

Entonces decidió olvidar con tanta convicción como había creído. Fue a su computadora y no abrió la página web de Osho. Recibió y abrió (lo que no hacía muy frecuentemente) un par de correos colectivos con chistes de gallegos y mensajes sobre Dios y la amistad.

Encendió la música en la sala, mientras buscaba ojear un libro. Ya le había hecho reset al experimento. La voluntad se había acabado (un día de duración). La soledad de su casa le hizo extrañar. Así que desechó el dibujo del hombre caminando en el aire, sobre las aves y sin tiempo. Y a esa hora, apenas caída la noche, llamó a Eugenia.